domingo, 27 de junio de 2010

ORANJE








Como todo gran romance comenzó con un toque de simpleza, incluso una aparente superficialidad, corría el año 90 y me quedaba dormido al lado de mi mamá viendo el mundial. Por supuesto poco o nada sabía de fútbol, mi mente se centraba en el despliegue visual de banderas, colores y escudos que recorrían la Italia mundialista y que reconocía estampados en las páginas de mi album de cromos.  Vi llenarse la pantalla del televisor de uniformes con vivos cristalinos en naranja, esa tarde en que ni supe ni me interesó saber que la Holanda campeona de la Euro abandonaba el mundial eliminado por la Alemania que a la postre sería campeona, apenas podía permanecer despierto y de a poco esa tarde fui cerrando los ojos y alejándome despacio de las frasecitas clásicas de las transmisiones nacionales "Despeja la zaga ... aquí donde viene dominando ..." entreabría un ojo y veía los cristales naranjas ... "Sacando agua del pozo ..." y de nuevo me vencía el sueño ... "Entramos a las postrimerías del partido ..." (lo que sería la muerte, el juicio, el infierno y la gloria del partido aplicando el léxico canónico católico al fútbol) ... y no supe más del partido ni de su muerte, juicio, infierno y gloria ... solo quedaron los cristales naranjas en mi memoria, jugué con ellos y probablemente construí mi propia Fortaleza de la Soledad donde no podían invadirme las frases futbolístico-sacerdotales y así terminé enamorándome del equipo holandés.  Por supuesto con el pasar de los años fui fundamentando ese primer encanto, supe que habían sido Gullit, Van Basten, Rijkaard, los Koeman, Vanenburg y los demás los que habían sufrido esa tarde de octavos de final el infierno de la postrimería del partido, y vinieron más mundiales e incluso desaparecieron los cristales del uniforme en pos de las modas más simplistas.  Pero permaneció la fascinación de ese primer encanto, el naranja se me había inyectado muy dentro y a través de la magia infantil le había trasladado toda la felicidad del mundo.  Así que llegamos a este 2010 y su Waka Waka, y decidí como cada mundial ser oranje, pero esta vez expresarlo con figuras, con imágenes, como todo este larguísimo affair empezó,  tomé mi vieja camisola de la selección holandesa del mundial Francia 98 y comencé a mancharla, primero tracé un león con la dificultad que implica dibujar sobre tela con marcadores, no quise planificarlo mucho, quise que fuera un acto apasionado y espontáneo como una segunda luna de miel con ella.  Atrás decidí plasmar con rayones el gol de Bergkamp a la Argentina en los cuartos de final del 98, ese que surgió de un pase de algo así como 70 metros de Frank de Boer y que luego de un control fantástico de la pelota, el "Iceman", ese que le teme a las alturas pero solo geográficas, evadió al "Ratón" Ayala y la clavó en uno de los angulos de la portería albiceleste.  Plasmé aquel momento en una especie de comic como un lienzo antiguo que retratara una gran proeza heróica, una cuestión casi tribal quiero pensar, y es que ese momento en mi encanto con la selección holandesa y su fútbol es el equivalente de la mejor tarde juntos de una pareja.  Danilo Lara.

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