sábado, 16 de abril de 2011
jueves, 14 de abril de 2011
LO QUE VIMOS CUANDO NOS BAÑÁBAMOS EN EL MOTAGUA EL VERANO DEL 74
La imagen de arriba la capturé con una cámara Olympus 35rc Zuico durante el caluroso verano del 74, en algún rincón del Motagua. En aquel entonces yo, junto con los amigos que aparecen en la fotografía, trabajábamos en el Ferrocarril y aquella mañana de domingo nos detuvimos entre Zacapa e Izabal para darnos un chapuzón mientras emprendíamos de nuevo la marcha. Éramos hombres y niños tremendamente simples, nuestra vida diaria era simple, encapsulados en algún vagón veíamos por entre las puertas corredizas oxidadas, fragmentos de tiempo y espacio conforme el armatroste que nos llevaba iba haciendo trazos en la fisonomía de Guatemala como un bisturí. Dormíamos y despertábamos con el olor a fruta fermentada y el sonido de chicharras que no callaban nunca, por eso a nosotros los más jóvenes, siempre grasientos, carbonados, de uñas negrísimas y devorando mangos los mayores solían llamarnos "Las Chicharras". La razón por la que nunca antes hablé sobre esta fotografía es simplemente porque aunque en ese momento, cristalizado por el lente, todos los que lo vimos sentimos fascinación por él, fue hasta muchos años después que supe que los réptiles no se supone que tengan alas, la única educación que nosotros "Las Chicharras" podíamos tener provenía de los cuentos de los ferrocarrileros mayores, y que principalmente solían ser de espantos que aparecían removiendo los bananos por las noches mientras los más jóvenes dormíamos, y que eran contados con sumo realismo para nuestro absoluto terror, los otros cuentos eran sobre putas, putas viejas y sholcas devoradas por ellos en la oscuridad de un cuarto en medio del calor de Los Amates, estos eran contados con suma fantasía. Todo sobre lo que aquellos hombres sabíamos o fantaséabamos eran frutas, putas y espantos.
Pero lo más espectacular de la fotografía para mí no es el hecho de ser una prueba de que existen (o existieron) hermosos cutetes con alas de insecto recorriendo las desembocaduras del Motagua y que prefieren los veranos calurosos, sino el hecho de que aquel instante capturado por el lente probó ser para cada uno de los humildes ferrocarrileros cargadores de frutas y putas entre vagones y cuartos oscuros, un punto de quiebre en nuestra experiencia con el mundo, una especie de vértice dimensional que alteró el ritmo y el sentido de nuestras vidas, y por qué no quizás del de muchas otras. Un vértice, una hendidura en el continuum que conocemos, por donde se coló algo que no es de este espacio o tiempo. Lo anterior no surge de mi propio análisis claro, me lo dijo una psíquica chilena a la que le pagué cincuenta quetzales para que viera la foto en el interior de un vagón colorido en medio de la feria de Sanarate. Veo el Discovery Channel, el National Geographic, el Animal Planet, reviso en un café internet del barrio y por lo que sé no existen los cutetes alados, no los hay ni los hubo al menos en la era humana.
El hecho es que Maco sufrió días después una lesión severa de la rodilla al quedarse atorado en un riel, solo días después de ver al ángel con escamas, FEGUA lo indemnizó por lo que pudo comprar una casa y poner una tienda en Salamá. Menos de un mes después Wilmer terminó enamorándose de una puta del Estor, juró haber hallado el amor y que nunca volvería a los vagones, lo contrataron para cuidar una finca y su mujer no tuvo que putear más. Al mes a Chalío lo mando a traer su hermano de Tapachula para comenzar un negocio, con el pisto que le dieron los del Ferrocarril le echó la mano y abrieron una venta de repuestos. Coquín conoció a un don billetudo chupando en la Feria de Esquipulas y no volvió al ferro, murió hace unos diez años pero llegó a ser alcalde y a tener tierras cafetaleras. Lupito se unió a la insurgencia unos dos meses después, cansado de las injusticias sociales. En la última noche en el ferrocarril, recostados sobre una montaña de melones y observando a un murciélago viejo revolotear en una esquina como con demencia, Lupito me aseguró haber soñado al cutete hablándole con poesía, con un fondo musical cumbiero, quizás más bien garífuna, mostrándole el camino, con suavidad pero ordenándole se uniera al llamdo Ejército de los Pobres. Por la mañana le contó el mismo sueño a Checha y ambos se bajaron al mediodía en algún lugar de las Verapaces y se perdieron ligerito entre la montaña. Tino se quedó un tiempo más en el ferrocarril, luego lo jalaron a aduanas y terminó haciendo buen billete y teniendo voz de mando, decidiendo qué pasaba rapidito y qué demoraba en papeleos. Al Filas lo vi hace un par de años, vino a mi casa a comerse un tamal ya casi en Nochebuena, se veía bien, recién había vuelto de Oregon donde maneja camiones que llevan carne, se la pasa todo el tiempo entre interestatales, escuchando a los Tigres del Norte, todos los días desayuna panqueques y tocino, recuerda siempre la época en el ferrocarril, el olor a fermentado, las chicharras y la mañana en que vimos al cutete con alas.
lunes, 11 de abril de 2011
GAMMA CHURCH ... SO FAR
* Crié la Iglesia Gamma, conmigo comenzó la fisión de todos los miedos. |
* Ellos (¿Quiénes?) me mantienen encerrado, viviendo la fusión de mis fobias adquiridas, mis quimeras son rostros de niños pobres. |
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